Hace más de 100 años que Lord Balfour mandó su famosa carta a S.M. la Reina de Inglaterra Isabel II, proponiendo la creación de un “Hogar Judío”. Hace más de 77 años que la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó la resolución 181 para la creación de un Estado judío y otro árabe. Hace 76 años que el primer ministro israelí David Ben-Gurion solicitó el reconocimiento de Israel por parte de Naciones Unidas. Hace 32 años que se celebró la conferencia de Paz de Madrid. Y hace 31 años que se firmaron los Acuerdos de Oslo.

Todos estos hitos muestran la gran dificultad en encontrar una solución definitiva al conflicto entre dos pueblos, dos naciones, dos narrativas; en definitiva, dos historias. Sin embargo, hoy vivimos un momento de verdad, en el que las dos partes se ven envueltas en un conflicto existencial.

En un momento tan complicado y crucial como el señalado, es fundamental tener claro cuáles son nuestros principios, porque de ellos dependerá algo todavía más importante: lo que nos jugamos. En este caso, algo tan esencial como la paz y la seguridad. No solo en la región de Oriente Medio, sino la del mundo entero. Porque a estas alturas ya nadie puede discutir el alcance que este conflicto tiene a nivel global.

Los principios son claros: cumplir con la Carta de Naciones Unidas y respetar la legalidad internacional. Como recordaba ante el Consejo de Seguridad el Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, “incluso en las guerras hay normas”. La protección de los civiles en cualquier conflicto armado es primordial.

De igual manera que hay que condenar de manera rotunda y sin fisuras el brutal ataque de Hamas del 7 de octubre, que provocó 1.269 víctimas; también es momento de decir basta al castigo colectivo al que el Gobierno Israelí está sometido el pueblo de Palestina, especialmente Gaza, y que ya ha causado más de 35.000 muertos. La violencia debe parar. Los bombardeos deben parar. Los ataques indiscriminados sobre población civil deben parar.

Es absolutamente imperativa la liberación inmediata e incondicional de los rehenes israelís, y, al mismo tiempo, es urgente un alto al fuego en Gaza. Esta guerra está condicionando la existencia de ambos pueblos.

Es precisamente ahora, cuando las espadas de guerra están alzadas, que ambos lados deben salir de la espiral de violencia y destrucción. Es ahora, cuando más difícil es, que es más necesario que nunca.

La gravedad de lo que está ocurriendo en Oriente Próximo exige un llamamiento en favor de la paz. No podemos dejarnos vencer por el abatimiento y el sentido de impotencia, pensando que la paz es un objetivo imposible. No lo es. La paz no es ni un ideal, ni una utopía, ni un lujo. La paz es una necesidad. Todo depende de nosotros mismos y de nuestra voluntad de garantizar el sentido humano de nuestra existencia.

Para que Israel y Palestina puedan construir –de una vez por todas– una senda de paz y reconciliación, la solución de los “Dos Estados” resulta imprescindible. No hay alternativas. Los términos de referencia para convocar la Conferencia de Paz de Madrid en 1991 fueron “Paz por Territorios”. Es decir, los países árabes, incluidos los palestinos, ofrecían la paz a Israel a cambio del retorno de los territorios ocupados después de la “Guerra de los Seis Días” en 1967. Desgraciadamente, no se pudieron concluir felizmente las negociaciones.

En Oslo, los términos de referencia del acuerdo de 1993 fueron “Paz por Seguridad”. En esta ocasión, se optó por un proceso gradual en que Israel restituiría los territorios a medida que su seguridad fuese garantizada en los territorios ocupados tanto en Gaza como en Cisjordania. Aunque el presidente palestino Yaser Arafat reconoció el Estado de Israel, Israel no aceptó la creación de un Estado Palestino.

Ahora ha llegado una nueva oportunidad que yo considero que puede ser la última para la paz. Sea cual sea la manera de alcanzarla, ésta debe tener como elemento de referencia la de “Paz por Estado”, es decir, “paz” a cambio de “Estado Palestino”.

Hay que, por lo tanto, trabajar de inmediato para el reconocimiento del Estado Palestino por parte de la comunidad internacional. Algunos países ya han empezado, como España. Porque ya ha pasado el tiempo de las declaraciones de intenciones. Hay que definir el marco en el que las negociaciones entre israelís y palestinos puedan desarrollarse en pie de igualdad –de Estado a Estado–, para abordar las distintas cuestiones pendientes y así poder alcanzar una convivencia de paz y seguridad en el futuro. Solo desde la igualdad de condiciones será viable una negociación que permita alcanzar un camino de paz duradera y estable.

Es también momento de que la comunidad internacional actúe y asuma responsabilidades. Debemos crear las condiciones necesarias para construir respeto y reconciliación, y reconstruir un campo para la paz, por muy difícil que parezca.

La gobernanza internacional debe y puede hacer uso de los instrumentos de los que se ha dotado desde su creación en 1945. Y, sobre todo, debe abandonar de una vez por todas el doble rasero en la gestión y resolución de los conflictos internacionales. Toda violación del derecho humanitario internacional es intolerable y, como tal, debe ser condenada sin ambages en todo el mundo y en todas las ocasiones. No hacerlo pone en jaque la credibilidad y viabilidad de un sistema de gobernanza internacional que se muestra incapaz de detener esta deriva deshumanizadora.

Como dijo el poeta alemán Johann Goethe, “aquel que no avanza en realidad retrocede”. Por ello, la inacción no es una opción. Y no solo por parte de las instituciones globales. Todos y cada uno de nosotros debemos luchar sin matices contra el antisemitismo desbordante y la islamofobia rampante que se extiende por todos los rincones del mundo. Se trata de una responsabilidad individual y colectiva.

Los israelíes y los palestinos merecen un futuro digno y libre de esta crisis existencial que, de mantenerse, solo traerá más miedo, angustia e inseguridad. La solución son dos Estados en paz y seguridad.