La crisis del Covid-19 puede analizarse desde diferentes puntos de vista, pero lo que nadie puede poner ya en duda es que somos una sola humanidad. El virus ha viajado por todos lo rincones del mundo, nadie va a quedar exento, y aunque exista la contradicción y el debate sobre el cierre de fronteras por razones de eficacia, para combatir la alta capacidad de contagio de esta enfermad, nadie puede ignorar que todos nos hemos visto afectados por las consecuencias de esta crisis global.
Es cierto que el coronavirus nos confronta a numerosas contradicciones y que dependerá de cómo las resolvamos para que el mundo post-coronavirus camine hacia una u otra dirección. Vivimos uno de esos momentos que marcan un punto de inflexión en la historia de la humanidad. Si el 11 de septiembre del 2001 cambió el equilibrio geopolítico mundial y los parámetros de seguridad, el Covid-19 cambiará sin ninguna duda la forma de comportarse y relacionarse política, social, cultural y económicamente.
Cuando se supere la crisis no regresaremos al mundo pasado, sino que iniciaremos un nuevo modelo de vida. El mundo será diferente. Quizás, si lo sabemos aprovechar, el coronavirus podrá ser el revulsivo que todos estábamos esperando para dar ese paso necesario en la reforma de la gobernanza mundial. Muchos hablaban de que era necesaria una tercera guerra mundial para llegar a ese punto, como ocurrió con la creación de Naciones Unidas en 1945 tras la Segunda Guerra Mundial.
“Estamos en guerra”, ha declarado con solemnidad e insistencia el Presidente francés, Emmanuel Macron. El dirigente francés ha sabido exponer claramente la gravedad y las consecuencias de esta crisis. El mundo del post Covid-19 será diferente y debemos prepararnos para reformar y cambiar la gobernanza mundial. Si la Primera Guerra Mundial nos brindó la oportunidad de crear la Sociedad de Naciones, y la Segunda las Naciones Unidas, ahora nos tocaría redefinir de nuevo el orden internacional.
Varios son los posibles escenarios posibles.
El primero, es seguir como estábamos: “business as usual”. Considero que este escenario no puede ni debe mantenerse.
El segundo, y más peligroso, es asistir a un ensimismamiento nacionalista que llevaría a reforzar las políticas unilaterales. Cerrar fronteras definitivamente, proteger el comercio nacional, y apelar al sálvese quien pueda, con una tendencia a reforzar un individualismo insolidario que nos convertiría en simples objetos virtuales a las órdenes de los grandes actores invisibles que tratarían de guiar nuestras vidas.
El tercero, y el escenario deseado, sería tomar la iniciativa y que Naciones Unidas, institución legitimada para llevar a cabo esta acción, lidere un tipo de cambio en el que los grandes vectores que siempre han influido en la configuración de la humanidad, puedan ser reforzados. Como bien describe el historiador israelí Yuval Noah Harari en su libro “Sapiens”, lo político, lo económico, lo cultural o lo religioso, acompañados en esta ocasión con los avances de la ciencia y tecnología, deben de constituir los pilares de esta nueva fase de la humanidad.
En lo político, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas debería ampliar e incorporar todos los asuntos que suponen una amenaza a la paz y seguridad internacional, y por supuesto, incluir pandemias como el coronavirus.
En la economía y en las finanzas se deberían revisar las propuestas de la Declaración de Filadelfia y los acuerdos de Bretton Woods de 1944, y diseñar un nuevo marco más acorde con los problemas de nuestros días. Nadie critica en estos momentos el cierre de las fronteras si sirven de cortafuegos contra el contagio del virus. Pero hay que abrir las fronteras financieras para acabar con las desigualdades entre continentes -cómo vamos a reaccionar si África se contagia de formar generalizada- entre naciones y entre individuos. Debemos abrir las fronteras del entendimiento y la cooperación, decidir juntos y actuar conjuntamente.
No se deberían olvidar las cuestiones culturales y religiosas. La reaparición del discurso del odio y de la exclusión son procesos cancerígenos que destruyen la base de la cohesión social. Si queremos sociedades socialmente incluyentes, debe fraguarse una alianza entre culturas y civilizaciones para consolidar esa sola humanidad.
Por último, la ciencia y los cambios tecnológicos nos pueden llevar ciegamente a un mundo irresponsable, en donde las fuerzas del mal puedan conducirnos imprudentemente hacia el abismo. Recientemente el neurobiólogo hispano-norteamericano Rafael Yuste ha emprendido una campaña en favor de establecer una regulación de los denominados “neuro-derechos” para frenar las consecuencias de lo que en un próximo futuro podrían ser las intervenciones en el comportamiento de nuestras neuronas sin ningún tipo de control. Estos esfuerzos merecen todo nuestro apoyo.
Estamos en guerra, sí, en guerra. Esta concluirá. Pero finalizar la guerra con un armisticio y una declaración de mantener el statu quo no será suficiente. Todo indica que deberíamos movilizarnos para configurar un mundo mejor, extraídas las lecciones que esta crisis nos puede aportar. Solidaridad, compasión, fraternidad, justicia social, deben ser los principios que nuestros dirigentes deben considerar fundamentales en favor de la construcción de una sola humanidad.