El pasado 23 de enero realicé mi primera visita a Auschwitz. Y fue una experiencia inolvidable. Es uno de esos momentos que se quedan grabados para siempre y que obligan a pensar en el sentido de la vida.

Al recorrer tanto Auschwitz I como Auschwitz II-Birkenau, la rabia y la incomprensión te asaltan de manera inmediata. La visita se desarrolló en un día gris, frío y desapacible. Esta atmosfera climática nos facilitó aún más la comprensión del horror de este dramático episodio de la humanidad, al que se puede calificar como: “el infierno de la humanidad”.

No hay capacidad intelectual posible para poder entender cómo esta tragedia pudo llevarse a cabo. A lo largo de la historia, las guerras y conflictos entre pueblos y naciones nos habían dejado múltiples situaciones de horror y desolación; pero en ningún momento se alcanzó este nivel de muerte y aniquilación de todo un pueblo, en este caso el pueblo judío; y de otra comunidad como la gitana.

¿Cómo fue posible imaginar, planificar y ejecutar una operación de este género? ¿Cómo se pudo llevar a cabo un exterminio de tal naturaleza, y que un silencio generalizado ocultase durante más de 4 años este capítulo dantesco de la humanidad?

Cuando se recorren los barracones de Auschwitz y se pisan las traviesas ferroviarias de los “trenes de la muerte”, un macabro escalofrío te recorre todo el cuerpo. Es imposible imaginar el grado de sufrimiento físico, psicológico y moral que sufrieron los más de un millón y medio de judíos y otras nacionalidades que fueron ejecutados fríamente por un grupo de dirigentes criminales y enfermos.

De nuevo me pregunto: ¿Cómo fue posible que este horror pudiese desarrollarse durante más de 4 años ante la ignorancia e inacción de la comunidad internacional?

Evidentemente los principales responsables fueron los Nazis, pero también hubo muchos cómplices que callaron y no denunciaron estas atrocidades.

Cuando uno camina por el terreno pedregoso de más de un kilómetro de distancia para dirigirse al mausoleo en memoria de las víctimas, es difícil no pensar en lo que tuvieron que sufrir miles y miles de deportados y prisioneros durante su estancia y muerte en estos campos de exterminio.

El grito de “Nunca Más” que sigue repitiéndose hoy debe servirnos de guía y compromiso para evitar actuaciones similares en la actualidad y en el futuro.

El odio, la violencia, la exclusión, la muerte y el exterminio del “otro” no son tolerables ni admisibles en ningún momento, pero menos aún en el comienzo del siglo XXI. Los ciudadanos del mundo tenemos que alzarnos de una vez por todas frente a estas actitudes.

¿Por qué odiar al que es diferente de nosotros? Al que tiene un color de piel distinto o reza y cree en otro Dios, o al que defiende su identidad sexual legítimamente.

¿Por qué separarlos de nosotros? ¿Por qué negarles el diálogo y la reconciliación? ¿Por qué excluir? ¿Por qué combatir la multiculturalidad?

¿Por qué defender culturas y sociedades homogéneas? ¿Por qué no al contrario? Abrir espacios de convivencia y de respeto mutuo.

¿Por qué utilizar la violencia, ya sea terrorista o a través de intervenciones militares, en vez de resolver los contenciosos con instrumentos políticos y diplomáticos?

¿Por qué negar la existencia del otro? Hasta el punto de querer eliminarlo…

“Nunca más” debe ser la lección aprendida y que debemos practicar hoy más que nunca en cualquiera de los actuales conflictos.

Esta es la lección que se vive y se siente cuando se visita “el infierno de la humanidad” que es Auschwitz.