La intervención militar liderada por Estados Unidos en Iraq en marzo de 2003 fue injustificada, ilegal y devastadora.

A juzgar por las consecuencias, la guerra de Iraq fue uno de los errores geopolíticos más graves de todos los tiempos. La “Coalición de Voluntarios” liderada por Estados Unidos llevó a cabo la “Operación Libertad Iraquí” el 19 de marzo de 2003. Veintidós días después, el 9 de abril, el Presidente George W. Bush anunció que era una “misión cumplida”. Otro error de cálculo estadounidense.

Según los dirigentes estadounidenses y de la Coalición, la intervención militar en Iraq respondía a los atentados terroristas del 11-S contra Estados Unidos, basados en la afirmación de que el Presidente iraquí Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva y en su apoyo al terrorismo, en alusión a sus vínculos con Al Qaeda, autores de estos atroces atentados en suelo estadounidense. La administración estadounidense también pretendía liberar al pueblo iraquí mediante un cambio de régimen.

A todas luces, la guerra de Iraq fracasó en todos estos frentes.

En lugar de ello, Iraq quedó destruido, se recrudeció la violencia sectaria, murieron cientos de miles de iraquíes, 4,4 millones fueron desplazados internamente y 2,3 millones se convirtieron en refugiados. A esto añado que Estados Unidos y sus aliados de la coalición cargan con el peso moral de la miseria y el sufrimiento del pueblo iraquí durante las últimas 2 décadas como consecuencia de la guerra y sus secuelas.

Basada en falsedades, la guerra distanció a EE. UU. y a la coalición de sus aliados y dejó a los estadounidenses profundamente divididos.

La guerra contra Iraq tampoco condujo a ganar la guerra global contra el terrorismo. Al contrario, desvió la atención estadounidense de Afganistán, hogar de Al Qae’da, cuyos operativos siguieron planeando y cometiendo atentados terroristas en ciudades europeas y otros lugares.

Madrid fue el objetivo de uno de esos atentados terroristas en marzo de 2004, conocido como el 11M, cuando los terroristas detonaron bombas simultáneamente en varios trenes en Madrid. Londres fue la siguiente.

El Gobierno español de José Luis Rodríguez Zapatero dio una respuesta diferente a esos atentados. El Presidente Zapatero propuso construir puentes de entendimiento en lugar de muros de división, proponiendo la creación de una nueva entidad de la ONU para abordar la raíz de la radicalización y el extremismo violento. Su iniciativa condujo a la creación de la Alianza de Civilizaciones de las Naciones Unidas en 2005.

La guerra contra Iraq fue injustificable

Una de las premisas de la Administración Bush para utilizar la fuerza militar contra Iraq fue la de desmantelar su arsenal de armas de destrucción masiva.

Como posteriormente constataron numerosas investigaciones de comisiones independientes y gubernamentales, no existía ninguna base fáctica para ninguna de estas afirmaciones. Dos décadas después, continúa el debate sobre si la decisión errónea fue el resultado de unos servicios de inteligencia defectuosos o si la administración estadounidense engañó conscientemente a la opinión pública sobre las capacidades de Iraq en materia de armas de destrucción masiva.

Para apoyar su propuesta, el Secretario de Estado de EEUU, Colin Powell, se dirigió al Consejo de Seguridad de la ONU en uno de los momentos más cruciales del debate internacional sobre Iraq. Presentó lo que describió como “hechos y conclusiones, basados en datos de inteligencia sólidos” para demostrar que Iraq había incumplido las resoluciones de la ONU sobre armamento. Tuvo la ocurrencia de decir que “dejar a Saddam Hussein en posesión de armas de destrucción masiva durante unos meses o años más no es una opción, no en un mundo posterior al 11 de septiembre”.

Según el informe del 7 de marzo de 2003 de la Comisión de las Naciones Unidas de Vigilancia, Verificación e Inspección (UNMOVIC, por sus siglas inglés) dirigida por el Dr. Hans Blix, los expertos expresaron sus serias dudas sobre la existencia de tales arsenales de armas de destrucción masiva (ADM). Los mismos datos, basados en pruebas, se confirmaron catorce años después en el informe del Sr. John Chilcot, a quien el entonces Primer Ministro británico Gordon Brown encargó que presidiera una Comisión Independiente de Investigación sobre Iraq para analizar cómo y por qué Gran Bretaña entró en aquella guerra. En su resumen ejecutivo de 150 páginas, que consta de doce volúmenes, el Sr. Chilcot concluye que hubo una falta de pruebas suficientes para justificar la intervención militar y que tanto el Sr. Blair como el gobierno británico subestimaron considerablemente las dificultades y consecuencias de la guerra.

En ese sentido, la guerra de Iraq fue injustificable.

La guerra de Iraq fue ilegal

La Resolución 1284 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas de diciembre de 1999 estableció la UNMOVIC (Comisión de las Naciones Unidas de Vigilancia, Verificación e Inspección). Cabe señalar que Francia, Rusia, China y Malasia se abstuvieron. Esta resolución obligaba a Iraq a cooperar con el equipo de inspectores de la ONU y a eliminar y reducir su arsenal de armas. Iraq rechazó la resolución, sobre todo porque no cumplía su requisito de levantar las sanciones impuestas en 1990. A partir de ese momento, el Presidente Bush, apoyado por el Primer Ministro Blair, decidió aumentar la presión para preparar una intervención militar. Las disposiciones de la resolución no bastaban para legalizar el uso de la fuerza militar contra Iraq. Por lo tanto, fue necesario proponer una nueva resolución al Consejo de Seguridad. La Resolución 1441 del Consejo de Seguridad de la ONU sirvió de justificación para la posterior invasión estadounidense de Iraq. Aunque algunos políticos han argumentado que la resolución podía autorizar la guerra en determinadas circunstancias, los representantes presentes en la reunión dejaron claro que no era así. Según el informe Chilcot, Lord Goldsmith, Fiscal General británico, informó por escrito al Primer Ministro Blair de que, si se aprobaba esta resolución, en su opinión no autorizaba el uso de la fuerza.

El 8 de noviembre de 2002, el Consejo de Seguridad aprobó la resolución 1441 por unanimidad (15-0); Rusia, China, Francia y Siria, el único Estado árabe, votaron a favor, lo que dio a la resolución 1441 un apoyo más amplio que incluso la resolución sobre la guerra del Golfo de 1990.
En vista de las cuestiones jurídico-políticas que podía plantear la guerra, los protagonistas de la “fotografía de las Azores” decidieron proponer una tercera resolución. El 24 de febrero de 2003, España, el Reino Unido y Estados Unidos presentaron un nuevo texto al Consejo de Seguridad. Este proyecto de resolución no llegó a adoptarse. Francia, Alemania y Rusia respondieron a este proyecto de resolución con un memorándum basado en una declaración previa del 10 de febrero en la que se afirmaba que: “El desarme pleno y efectivo de conformidad con las resoluciones pertinentes del CSNU sigue siendo el objetivo imperativo de la comunidad internacional”.

En resumen, el uso de la fuerza militar por parte de Estados Unidos y la coalición internacional fue ilegal según el derecho internacional. Carecía de autorización previa del Consejo de Seguridad.

Por lo tanto, la guerra de Iraq fue ilegal.

La guerra contra Iraq fue devastadora

La administración estadounidense la llamó “Operación Libertad Iraquí”.

La guerra de Iraq fue devastadora en términos de pérdida de vidas humanas del pueblo iraquí. Resulta bastante difícil hacer estimaciones precisas de las bajas causadas por la guerra desde el primer día de la invasión, el 19 de marzo de 2003, y la insurgencia y la guerra civil subsiguientes, ya que estas estimaciones se han presentado en diversas formas, categorías y a partir de diversas fuentes oficiales y comisionadas. No cabe duda de que las víctimas se cuentan por cientos de miles. Los estragos y traumas que esta guerra injustificable causó al pueblo iraquí no deben pasarse por alto ni olvidarse. Un recuento respetuoso y humano de todos los muertos de la guerra de Iraq sigue siendo una “misión no cumplida”.

En todo caso, la guerra de Iraq no ha conseguido llevar la estabilidad a Iraq ni detener el terror mundial. Por el contrario, parece haber desatado la bestia de la violencia sectaria en Iraq y el terror dentro y fuera de Europa.

En Iraq, un régimen ha sido derrocado y sustituido por una milicia chií controlada por Irán, lo que ha provocado la irrupción de la sangrienta insurgencia suní. En medio de este caos destructivo, nació el ISIS expandiendo su alcance por todo el Levante y causando estragos en Europa y el norte de África.

A escala regional, a pesar de su derrota y de haber sufrido importantes pérdidas tácticas y territoriales en Iraq y Siria, el Estado Islámico en Iraq y el Levante (EIIL, ISIL por sus siglas en inglés), también conocido como Daesh, parece haber reorientado su interés y sus actividades hacia África, entre otras cosas estableciendo sucursales en todo el continente africano y expandiéndose a zonas ya afectadas por conflictos y a otras zonas anteriormente indemnes a la violencia terrorista.

En los últimos tres años, un número creciente de grupos afiliados al EIIL en África han demostrado su capacidad para lanzar atentados mortíferos y coordinados contra personas y objetivos civiles, incluidos lugares religiosos, capturar territorios estratégicos, reclutar adeptos utilizando propaganda antigubernamental y reclutar a niños soldados.

La situación en el Sahel y África Occidental es especialmente apremiante, ya que algunos de los afiliados más violentos de Daesh operan en esa región. En los dos últimos años, estos grupos se han expandido por amplias zonas del Sahel, aumentando su presencia en Malí y penetrando más en Burkina Faso y Níger. También se han extendido hacia el sur, a países del Golfo de Guinea que hasta ahora habían evitado en gran medida los atentados terroristas o habían salido recientemente de un conflicto armado.

Hasta la fecha, la comunidad internacional está angustiada y paralizada por el miedo a las amenazas terroristas. Las estrategias globales se han centrado hasta ahora en políticas de seguridad. Las respuestas excesivamente securitizadas han dejado a las comunidades atrapadas entre la violencia extrema de los grupos terroristas y las políticas de mano dura de las fuerzas gubernamentales.

En este contexto, la Alianza de Civilizaciones de las Naciones Unidas está trabajando con el Secretario General y el Director de la Oficina de las Naciones Unidas contra el Terrorismo (UNOCT) para complementar el trabajo de otras entidades de la ONU invirtiendo en herramientas de prevención y abordando las causas profundas del extremismo violento y la radicalización, especialmente en contextos basados en la identidad.

La historia está llena de lecciones, pero se sigue tendiendo, consciente o inconscientemente, a ignorarlas.